Azorella: Nolugar (2022)

Nolugar

Cinco años han pasado desde que la banda boliviana Azorella lanzara su excelente primer material titulado Innatura, el cual fue uno de mis álbumes en español favoritos de aquel 2017. En aquella oportunidad nos ofrecían una potente mezcla de rock progresivo con aires setenteros e influencias de post rock que nos recordaba tanto a la agresividad melancólica de los norteamericanos Slint como a los contornos melódicos de algunos de los proyectos más prog de Luis Alberto Spinetta.

En esta oportunidad, y con esa media década de experiencia acumulada encima, nos traen Nolugar, un disco que duplica en cantidad de temas a su antecesor y una hora de duración, es sin lugar a dudas el proyecto más ambicioso a la fecha de todos los liderados por el compositor alteño Henry Plata Mamani, cuya obra también incluye los créditos detrás del proyecto de rock electrónico Seqe y el ensamble de noise Boca Negra.

La banda en una sesión de ensayo

Los sonidos del disco siguen siendo predominantemente dominados por el rock progresivo y el post-rock, y quien haya gustado de Innatura se sentirá a gusto en casa. Sin embargo, nuevas influencias como la música electrónica, el shoegaze, el folk, e inclusive el doom y post metal le dan este trabajo un aire mucho más melancólico y agresivo que su predecesor. Esta nueva pesadez, que le permite a la banda alcanzar niveles de dinámica y emocionalidad nuevos, también trae consigo ciertos problemas que se traducen en un álbum interesantísimo, pero que peca un poco de largo, y que además deja un algo que desear por el lado de la producción.

El disco lo abre Nolugar: Transmisión, el primero de cuatro tracks de electroacústica con carácter ambient que están esparcidos por el álbum, y que funcionan casi como separadores entre secciones. A esta breve introducción le sucede Angelus Novus, que es una excelente muestra de las cosas que la banda propondrá durante todo este trabajo: ritmos intrincados, una voz que canta letras con lenguaje poético, oscuro y elegante (y a veces críptico, para bien o para mal), un bajo firme y penetrante, cortesía de el gran bajista paceño Vicente Contreras, una cama de guitarras ruidosas y arpegiadas interpretadas por Henry y José Camacho, reminecentes del post-metal de principios de los 2000, y una batería que suena muy natural, pero que lastimosamente también termina muchas veces enterrada por las múltiples capas de sonido (problema que persiste durante todo el disco y no deja apreciar del todo la gran interpretación por parte del baterísta Omar Jimenez). A todo este despliegue de poderosos riffs y potente interpretación vocal le acompañará una breve pero interesante parte electrónica. 

Vicente

Antes de continuar con el repaso, me parece necesario recalcar la “brevedad” de lo electrónico,  pues si bien la banda se dará varias oportunidades para experimentar con sonidos sintetizados y electro-acústicos (como la siguiente pieza: Nolugar: Disociación que consiste de un dron de tres minutos que probablemente gustará a fans de Sunn O))) e Iannis Xenakis por igual), cabe recalcar que la mezcla es mucho más tímida de lo que se pudo escuchar previamente en Aluvión de Seqe, el disco debut del proyecto alternativo en solitario de Henry , y que de alguna manera se siente como un “Nolugar 0.5”. En aquel disco, la exploración entre el post-rock y el IDM a la Aphex Twin era mucho más pronunciada y protagónica. Si bien Azorella no tiene por qué sonar como Seqe y el buen recibimiento de más o menos elementos electrónicos dependerá del paladar musical de cada oyente, debo confesar que personalmente me hubiera gustado escuchar a un Azorella que se atreve a incluir más elementos ajenos a su sonido tradicional, ya que Seqe, en toda su bondad electrónica, nunca se atreve a ir a los extremos de pesadez a los que Azorella sí va recurrentemente, pero me desvío.

Le sigue Exiguo, una canción con garra que habla de desdoblamientos entre cuerpo, alma y mente. Peces en la sangre ofrece un muy necesitado descanso en forma de balada semi-acústica, con una guitarra acompañada de electroacústica que recuerda a alguno de los trabajos tardíos de The Mars Volta. Aviento vuelve a alzar la energía con una sección final que contiene uno de los mejores riffs del disco y que instrumentalmente bien podría confundirse con algo salido de un disco de A Perfect Circle. Además, la canción contiene un sample de un fragmento de poema del poeta argentino Arturo Carrera, y que es recitado por la poeta chilena Alejandra Pizarnik. El fragmento (así como el resto de la letra) hace hincapié en el tema principal de todo el disco: el cuestionamiento del tiempo y su tensión con el espacio, con imágenes poéticas que parecen carecer de sentido en el espacio pero no en el abstracto del tiempo.

Henry

Esta obsesión por la naturaleza y las consecuencias del tiempo ya había sido explicita en algunas canciones de Innatura, y es reafirmada en este disco no solo por la letras escritas por Plata, sino también por las citas a Borges y Marcel Proust que acompañan a algunos temas. Esta claro entonces qué es lo que inspira el título del disco, ya que bien podría definirse al tiempo como un “no lugar” que es definido por condicionantes distintas a las del espacio. Por supuesto, esta lectura es plenamente especulativa, y la intención final es lejos de ser clara, lo cual trae ciertos problemas que explicaré más adelante.

La siguiente canción Subliminar vuelve a bajar las revoluciones para dejarnos con un trabajo guiado por la guitarra acústica, y acompañado de una emocional melodía vocal. Si ignoramos la siempre expresiva interpretación vocal de Plata (que claramente viene influenciada por el rock alternativo de los 90’ y los 2000), la canción posee cualidades instrumentales del post-metal de Cult of Luna, ISIS o Neurosis. Esta canción es posiblemente la que se siente más personal de todo el disco, con hermosos versos que siento podría corear en concierto sin sentir que primero debo leerme un par de tratados filosóficos para no posear de intelectual, y que cierra la primera mitad del álbum de gran manera. 

Sin embargo, este encanto no dura para siempre. Si es que se escucha cierta animosidad en la última oración del párrafo anterior, es porque mi canción favorita del disco es rápidamente interrumpida por Nolugar: Sucesión, un interludio en donde se escucha a Borges hablando en francés acerca de interpretaciones teológicas sobre la naturaleza del tiempo. Este es el momento que marca una de mis principales frustraciones con el disco. Y es que en su ambiciosa (y ciertamente meritoria) búsqueda de lo grande y trascendente, en más de una ocasión el trabajo me pierde líricamente con sus letras herméticas, referencias oscuras o, como en este caso, con el pesado de Borges hablando en un idioma del cual solo puedo sacar algo si me pongo a investigar en internet.

Omar

Son momentos que chocan radicalmente con la expresividad poética de canciones como Peces en la sangre o Subliminar, cuya profundidad es auto contenida y por lo tanto más inclusiva con el oyente. Qué tan justificada es la idea de que una obra musical (o de arte, en general) deba dobletear como material de divulgación filosófica es un tema algo espinoso para mi, por el cual aún no me decido y de cuyo hermetismo yo mismo como cantautor también he sido cómplice. 

Por otro lado, este interludio inaugura la segunda media hora del disco, y donde la longitud comienza a jugar en contra. Del Limo es una canción que mantiene un perfil bajo y que por si misma ciertamente no carece de méritos. El problema es que luego de más de mitad de disco transcurrido, siento que una canción más potente a la Angelus Novus podría haber sido buen recurso para no perder ese flujo de energía que había sido tan bien construido hasta este momento. Esta energía descendente continúa durante las siguientes tres canciones, que si bien contienen momentos de emoción en Y recuerdan, y aguardan, y esperan y en Abandono, no lograrán alcanzar esos niveles de dinámica que Exiguo y -en especial- Aviento lograron alcanzar antes, o al menos no hasta la llegada de Esquirla, la canción más larga del álbum (y de la banda hasta el momento) y que cierra el mismo con energía renovada, pero no sin antes hacerse esperar con cuatro minutos de baja intensidad. 

Henry y José

Quizás este es buen momento para mencionar otro de los riesgos que trae consigo sacar un disco largo, y que afecta a bandas de todo género y calibre: la repetición de ciertos patrones y clichés únicos a cada una que la longitud vuelve evidente. En el caso de Nolugar la segunda mitad pone en evidencia cierta predilección en la manera en la que se construyen las canciones, la cual comienza a sonar familiar y más predecible (en lo que es una de las máximas ironías que hacen del rock progresivo un género injusto cuando se lo compara con otros como el pop o el rock tradicional: la expectativa que el oyente tiene de encontrar lo inesperado).

También se comienza a notar la repetición de ciertas progresiones armónicas favoritas de los guitarristas, y el regreso constante de ciertas palabras y formas de enunciación en las letras. En otras palabras, lo fresco de la primera mitad ya no es fresco, y canciones que podrían ser muy buenas por si solas se comienzan a sentir más como un relleno en el contexto del todo. Esto parece plagar Esquirla durante los primeros minutos, pero por fortuna la canción cambia de marcha y vuelve a ofrecer esa misma intensidad y emoción que hicieron de la primera parte del disco una experiencia memorable.

Nolugar no es un disco perfecto. Es uno que toma riesgos que otras bandas de la escena no se atreven a tomar. Esto sin duda causa ciertos desaciertos y los experimentos no siempre dan en el blanco. También es cierto que la producción, sobre todo de la batería, podría ser más pristina, pero esta queja es al final superficial y no considera las dificultades que un disco independiente tiene que atravesar para poder ser producido y finalizado en la difícil y económicamente inviable escena independiente paceña. Dicho esto, cuando el disco da en el blanco (como sucede durante casi toda su primera mitad y en el final) lo hace con toda la potencia que demuestra que Azorella es y sigue siendo una de las bandas más interesantes de la escena independiente del rock boliviano y latinoamericano actual.

Vista de Huajchilla en La Paz, en sus entrañas se grabó el disco
así como los sonidos de electricidad, lluvia y aves.

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