Toño se deslizaba por un tobogán hecho de excremento en medio de la nada mientras un hombre gordo, que orinaba cerca del lugar, emitía una deliciosa risa vulgar.
Ahora estoy perdido en el olvido
, sonaba el estribillo del primer tema del Crack the Skye dentro de mi mente mientras me carcajeaba viendo a mi amigo caer por esa ladera plagada de desechos y esencias humanas.
Este era el principio del viaje que la banda de heavy metal de mis amigos iniciaba hacia Santa Cruz de la Sierra. Yo, entre ellos, me había convertido sin querer en un polizonte y plomo improvisado. Todos nos conocíamos desde que éramos lokallas y ya nos habíamos visto los unos a los otros en las condiciones y estados mas deplorables. Con decir que si juntábamos nuestros hígados para formar uno solo, no alcanzaba para hacer la mitad de uno sano.
Este embarque hacia tierras desconocidas tendría por música de fondo a Mastodon, banda norteamericana que Damian (vocal de la banda con la que viajábamos) y yo, idolatramos hasta la actualidad.
Una discusión sobre su disco mas emblemático, desencadenaría sin saberlo, una serie de acontecimientos desafortunados y fatales… Después de haberse deslizado a través de los desechos humanos, Antonio, el bajista de la banda, se reincorporó al bus y continuamos camino hacia el festival en el que los muchachos, se suponía, debían tocar junto a otras 11 bandas.
El aromático y destartalado bus completó los 700 km de viaje, no sin antes unos cuantos sustos y problemas. Nosotros nos dedicamos a hablar estupideces y sorber tragos de una petaca de café al coñac que llevaba conmigo; algunos comentarios sobre el disco de Mastodon ya se intercambiaban entre Damian y yo.
La originalidad del concepto del disco, su equilibrio entre equipos vintage y el trabajo de masterizado moderno, sumado a la eterna necesidad de la banda de experimentar con sonidos estrambóticos, dan muchas cosas que discutir.
Santa Cruz nos abrió sus puertas llenas de metaleros melenudos, plátanos fritos y cerveza brasilera. Casi inmediatamente rendimos culto a una de las tradiciones mas antiguas del Heavy Metal: sentarse afuera del lugar del concierto a emborracharnos.
Mientras las bebidas espirituosas hacían efecto en nuestros seres Damian y yo discutíamos los pequeños detalles que hacen del Crack the Skye la Magnum Opus de Mastodon. El solo a lo Surf Rock de Divinations, los acompañamientos de órgano al estilo Gospel en The Czar, el tono de bajo a lo Neurosis en Ghost of Karelia y la inclusión de Scott Kelly de esa misma grandiosa banda en medio del tema homónimo del disco! Todo es un compendio de material pornoauditivo para nuestros entonces tiernos e impresionables oídos.
El concierto en Santa Cruz continuó de manera natural y orgánica. Todos borrachos empujándose unos a los otros en la oscuridad mientras los ruidosos instrumentos, pobremente ecualizados, chillaban de fondo.
Un trance pseudo erótico, casi morboso de sudor, bullicio, testosterona y mujeres con demasiado rímel se apoderaba de nosotros en ese lugar. Un flujo constante de alcohol y estupefacientes, sumado a que a cada momento aumentaba la hostilidad entre los “hermanos del Metal”, nos hizo realizar una elegante retirada del lugar. Los muchachos habían tocado bien, así que no hacia falta arriesgarnos a ganarnos la animosidad de los melenudos locales.
En este punto, a nuestra amistosa pandilla se había sumado un personaje crucial en esta historia. Por cuestiones legales no podemos mencionar su nombre real, así que lo llamaremos “El Camba”. Solo necesitan saber que nos dio marihuana, haciendo sonar de manera estruendosa la ultima trompeta del apocalipsis químico que experimentábamos.
Sentados en una calle sin asfaltar, en un barrio perdido en tierra cruceña, parte de la banda, mi persona y el Camba, escuchábamos el disco desde un celular. La calidad del sonido era óptima y nuestras mentes discutían a miles de neuronas por segundo, mientras nuestras bocas balbuceaban frases dignas de una víctima de derrame cerebral.
La complejidad conceptual del disco, sus intrincados patrones rítmicos, sus detalles sonoros y riqueza melódica revolvían conexiones eléctricas de nuestros sistemas nerviosos.
Mientras el Camba nos explicaba lo que el “cambasutra” era (una serie de posiciones sexuales grotescas con denominaciones locales), Damian y yo debatíamos acaloradamente sobre el disco.
Eso creo. Porque recuerdo debatir pero no así la conclusión de dicho enfrentamiento filo-epistemologico.
Lo que si era cierto, era que al termino de la charla ya habíamos terminado varias latas de cerveza, evadido una pelea con la gente local, y nos disponíamos a subir al departamento donde nos alojábamos. El viaje seria surreal. Como en el trip psicodélico del protagonista cuadripléjico del Crack the Skye, guiados por Rasputin volvíamos a nuestros cuerpos materiales mientras aterrorizados nos aferrábamos a las paredes del elevador del edificio.
Vértigo, The Last Baron, gente desconocida en el departamento, una fiesta que no esperábamos, todo evolucionaba demasiado rápido y nosotros solo queríamos dormir…
El mejor disco de Mastodon.