Tengo una vieja relación con AC/DC; el primer casete que compré, con dinero que probablemente hurté, fue el Live (1992). Tenía trece años, creo. Desde entonces, ha sido una pieza crucial en mi desarrollo musical, como el casete de la Quinta Sinfonía de Beethoven, el Made in Japan que mi padre tenía en vinilo y el disco solista de Paul Stanley en cartridge. Son los pilares de toda la música que escucho hasta el día de hoy.
El Back in Black, es uno de los discos más exitosos en la historia de la industria de la música, se dice que es uno de los pocos artistas en haber sido galardonado con un disco de uranio, aunque es un rumor; el único disco, de esas características, se lo otorgaron a Rafael, en condiciones que desconozco. Con todo, el Back in Black es el disco que marca una década; junto con el British Steel de Judas Priest, el Heaven and Hell de Black Sabbath y el primer disco de Iron Maiden. Cuarenta años de heavy metal. Aquí se origina un sonido.
Brian Johnson, muchas veces imitado, pero jamás igualado; tiene un timbre vocal único, y a él le debemos la larga lista de cantantes chillones que pulularon en los ochentas. Él tuvo la tarea de reemplazar al mítico Bon Scott, con su carisma peculiar, pícaro canijo en toda su magnificencia. La historia es muy conocida, y no vale la pena seguir redundando. Pero Johnson tuvo el mérito de ganarse al público en cuestión de meses. Reemplazar a un vocalista es muy complicado y el error, es querer imitar al anterior; ahí es donde fracasan los reemplazos. Hay que asumir una nueva identidad y darle al grupo otra dirección. En una banda, en la cual, los roles están muy marcados, como en el caso de AC/DC, Johnson fue una brillante adición. Con su gorrito pintoresco y su voz extraordinaria, complementaba bien, el frenesí y el uniforme escolar de Angus Young.
Este es el disco que todos recordamos y que, según las estadísticas, siete de cada diez personas lo tienen, cuando menos en los Estados Unidos de América. Una tapa negra, simbolizando el luto y las campanas fúnebres que abren el disco, es cautivador desde un inicio. Cuarenta años después, sigue sonando muy bien. Los ochentas produjeron muchas aberraciones sonoras, y todo el glam me causa una cierta repugnancia, todo suena a lo mismo y aburre bastante. Es el lado colorido del metal. El Back in Black, establece un sonido, que todas las bandas van a tratar de reproducir: ese bombo, profundo, la voz chillona y los coros. Todos pensaron que era la fórmula del éxito, y en cierta medida lo fue. Las grandes casualidades y el error de querer siempre repetir hasta el cansancio, aquello que generó éxito. Una idea puede ser muy buena, pero repetirla hastía.
Nadie puede negar, la influencia que tiene este disco, en la escena musical que sigue vigente hasta el día hoy. Por ello es un acontecimiento, es la celebración de un hito, y que se le rinda tributo, es justo.