Jonathan Moffett: Smooth Criminal (Drumeo)

Michael Jackson es un artista muy controvertido, dos juicios, un documental bastante turbio y una legión de fans que lo veneran, defendiéndolo de cualquier ataque. Nunca se pudo demostrar nada, pero las sospechas se mantienen. Un comportamiento muy raro, un niñez arrebata, los cambios evidentes en su rostro, el misterio de su muerte y las infaltables teorías de conspiración. Un ícono, del cual se seguirán escribiendo leyendas en siglos venideros. Y yo, un hijo de los ochentas, nacido cuatro meses antes del último golpe militar en Bolivia, vi el nacimiento de la televisión privada, en la cual rotaba de manera insistente el vídeo de Thriller, dando nacimiento a mi obsesión por los hombres lobo y los terrores nocturnos que sufría de niño.

Smooth Criminal, me recuerda mucho a mi infancia: la crisis, las cajas de dinero que traía mi padre, conteniendo su sueldo. Recuerdo muy bien el día que renunció Siles Suazo, le tenía mucha simpatía, parecía un viejito inofensivo. Recuerdo haberle preguntado a mi padre por qué estaba renunciando, y él que me respondía, porque no pudo cumplir todo lo que prometía. El famoso bolsín y la devaluación, que tardé mucho tiempo en comprender y asimilar. Recuerdo a Paz Estenssoro, en la plaza Abaroa, en la siempre tediosa conmemoración del día del mar; era un hombre muy mayor, con el ceño fruncido y el semblante terco. He-Man y los Thundercats, y los infaltables vídeos, de Billie Jean, Beat It (y el solo maravilloso de Eddie Van Halen), Bad, Say Say Say de Paul MacCartney, cuyo vídeo sigue grabado en mi memoria, y la ya mencionada canción; no puedo explicar por qué me gusta tanto, adoro los coros y lo asumo plenamente. 

Ante el peso del ícono, es fácil olvidar que hay una banda detrás y Jonanthan Moffet, “Sugarfoot“, para los amigos, es un viejo colaborador del cantante, grabó el disco The Jacksons Live!, álbum que escuchaba con bastante frecuencia, porque mi padre lo tenía en vinilo; de ahí mi afición por los en vivo. Su concentración infinita mientras interpreta la canción, es extraordinaria en sí. Me impresiona la precisión con la que toca, algo que se adquiere con los años de experiencia, y que rebasa a la técnica. Mucho antes de los click tracks, y del molesto sonido de los drum machines, la función del baterista era marcar el ritmo, le da estructura a la canción; es bastante evidente lo que escribo, pero mucha gente olvida la incidencia del metrónomo humano.

Con su dosis de teatralidad, y esos platos posicionados ahí atrás, no logro entender como hace para golpearlos –me parece super incómodo; la forma como marca el ritmo tiene mucho carisma. No hace falta complicarse la vida, un buen baterista con muy poco puede generar un sonido único, que se adapta a las exigencias de la canción; hay que saber en que momento callar, qué cosa golpear y cuando hacerlo. Desde luego, no estoy en posición de darle lecciones a nadie, yo solo me siento y disfruto. 

 

Sobre George

Politólogo, melómano, escritor...

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