Suelo decirlo con demasiada frecuencia, y es el reflejo de la inestabilidad crónica que rige mi vida, se dan giros demasiado imprevistos; y aquí estoy nuevamente, tratando de escribir, arrimando ideas, mientras escucho música. Queda tanto por explorar. Siempre me gustó la brutalidad, hay algo muy seductor en esta violencia primigenia, es una forma de canalizar sentimientos negativos y en lugar de andar por las calles destripando gente, prefiero refugiarme en la estridencia. La gente me estresa, tal vez no sea el mejor enfoque, pero así se dieron las cosas, la cuarentena me cayó de maravilla y ahora asumir todo el peso social me estresa, más de lo que solía hacerlo. De por sí no me gusta el contacto humano, lo rehúyo y ahora que andamos tan relajados en medio de una crisis mundial, no debería sorprendernos si esto vira hacia lo peor.
Y bueno, esto es death metal tejano, y sin mayores introducciones, esto comienza de golpe; gancho al hígado. Querías música ruidosa, ten pues tu música del diablo; el cerebro tarda un poco en procesar estos datos. Pese a todo, sigo considerando que es muy melódico, da la impresión de ser una brutalidad, la encarnación más pura del caos, pero tiene mucho de técnica, cada sección está muy bien construida, y es la fuerza viva del death metal. Ruidoso, corrosivo, sanguinario; es un viaje muy placentero cuando uno está habituado. El disco se escucha de corrido, al terminar, uno tiene esa extraña sensación; muy corto, muy denso y sin embargo genial, media hora más de música no estaría nada mal. Y ahora con esa mirada maligna, estás dispuestos a desafiar al mundo. Es también una vieja tendencia, hablarme a mí mismo mientras intento desarrollar una idea, es simple, me ayuda a percibirme como si fuera un objeto, de cualquier forma escribir es un acto narcisista.
Tiene mucho del death metal clásico, de ese sonido que me recuerda una vida que tal vez soñé. Ni siquiera podemos tener certeza de nuestros recuerdos, el pasado es solo una masa de elementos inconexos, tenemos la esperanza que al menos algo de eso sea cierto. Lo único real es el presente, que destruimos a cada instante, y cada momento que paso, acurrucado en mi cama solo espero la muerte, su fría caricia, desvanecerme de la existencia fútil. Sería práctico ser algo más, alcanzar la trascendencia, pero estamos condenados a la banalidad; por ello hay que disfrutar cada momento, cada canción y cada disco, que llegan siempre de la misma manera. Lo fortuito y lo grato, el arte de vivir en el presente. Total, ya veremos si lo logramos el día de mañana. Me frustra no tener las letras a la mano, porque la verdad no entiendo qué dicen, aunque lo intuyo.
Finalmente, si uno es aficionado del death metal, sabe a qué atenerse y esto es el manifiesto vivo de lo que es el género: esa batería descomunal, los riffs potentes, los solos casi irreales en su precisión técnica, el bajo siempre discreto, pero cuando lo pillas, ya no hay manera no distinguirlo por el peso de su singularidad y la batería sobrehumana que hasta el día de hoy no logro comprender a cabalidad. Es virtuosidad en toda su esencia; la música que está de moda tiene un aire artificial, es el patrón que siguen la industria, desde hace ya muchas décadas, estructuras simples para contentar a las masas, un ruido de fondo para animar fiestas. Hoy en día a casi nadie le importa escuchar música con una pésima calidad. Nosotros, tristes melómanos, coleccionistas compulsivos, necesitamos sentarnos y analizar todo esto; necesitamos escuchar la música con las letras en mano, adentrarnos en las profundidades cavernosas del abismo, es el arte de escuchar un disco, percibirlo como un obra de arte.