Motörhead es una de mis bandas favoritas, una de las que más escucho y una de las que más respeto. Pese a sus años, nunca han bajado el ritmo, siguen sacando discos cada dos años, siguen saliendo de gira y mantienen ese estilo de vida tóxico e irreverente. Fueron pioneros en la construcción y desarrollo de lo extremo combinando la furia del punk con el insipiente sonido del heavy metal, aunque ellos siguen proclamando que sólo hacen rock & roll.
Los años de gloria, la decadencia de los 80, su renacimiento y consagración. El Lemmy es una de las figuras más reconocidas y queridas de la industria; cincuenta años en las carreteras, es un mito y un emblema para el metal. Ha desarrollado un estilo único y se ha convertido en uno de los bajistas más influyentes de las últimas décadas, sólo superado por John Entwistle y Steve Harris. Con Motörhead, ha sacado discos extraordinarios a lo largo de cuatro décadas; es un referente innegable en el metal y tiene el mérito de haber mantenido a la banda funcionando.
Todos recordamos la edad de oro, con Fast Eddie Clarke y Philty Animal Taylor, pero Motörhead nunca cayó en la conmiseración y el conformismo. Con un catálogo tan amplio, hay que admitir que produjeron un par de porquerías; sin embargo, desde el 2003 todos los discos que han sacado son muy sólidos aunque tienen la misma estructura. El Bad Magic sigue la misma línea. No es nada nuevo ni sorprendente; lo que marca la diferencia son las circunstancias en las cuales sale este disco. Para nadie es un secreto que el Lemmy ya está viejito y la vida le está pasado factura. Físicamente, Motörhead ya no puede continuar, esta puede ser la última gira y el último disco; es lo triste de todo el caso.
El Lemmy lo dijo, van a continuar mientras pueda mantenerse en pie; el ocaso de los dioses, el lento e inexorable declive de una generación, la sonrisa macabra de la muerte. Por eso el Bad Magic me llega al alma, me recuerda el esplendor del ayer, la parquedad del presente y el inevitable final.