Cuarenta años de música, cuatro décadas de locura; podría ser un resumen de mi vida y a lo largo de mi recorrido por esta tierra maldita, he desarrollado ciertas aficiones y fijaciones. Iron Maiden es una de ellas. Por un tiempo, rechacé con mucha vehemencia la estética y el sonido de los ochentas. Es la década en la cual crecí, con todo ese colorido, esas cabelleras despampanantes, esos cantantes andróginos, esas baladas empalagosas, que hasta el día de hoy no puedo tolerar. No soy fan de todo ese periodo glam. Y aunque Maiden está metido en esa estética, de rebote, mantiene cierta decencia. El año 2000, ya como fresco estudiante de literatura, y habiendo repudiado el heavy metal, pues me encontraba en pleno delirio jazz bohemio, un amigo me prestó el disco. Lo escuché cargado de prejuicios y quedé deslumbrado. Desde las primeras notas de Prowler, uno puede darse cuenta que este es un disco grandioso, de los mejores de la banda; es el nacimiento de un género.
La historia de este primer disco es de por sí fascinante; es la historia de Steve Harris y lo complicado que fue armar una banda, con los elementos apropiados: las guitarras gemelas, un buen cantante, con presencia escénica, y algo de teatralidad. Todo ese proceso tortuoso, las idas y venidas de personal, y lo frustrante que puede llegar a ser, está muy bien documentado en el DVD The Early Days. Dos intentos fallidos, y productores que no entendían de qué trataba la banda; canciones muy largas, muchos solos, mucho bajo, muchos cambios. Esas fueron las críticas más usuales, hasta que EMI, los puso en un estudio junto con Will Malone, que no mostró ningún interés en el proyecto. Por ello, no es exagerado decir que el primer disco fue autoproducido y por eso mismo tiene un sonido tan crudo. Único disco con Dennis Stratton, que se sumó a la banda a último momento y que le ponía mucho empeño a los coros, cosa que no fue del agrado de Harris. El disco funciona bien, aunque el equilibrio de las guitarras, todavía es precario.
En todo ello, siendo una banda pequeña, con un sonido áspero y en plena evolución, la voz de Paul Di’Anno encajaba a la perfección. El mundo de la música puede ser muy ingrato, un día lideras a una de las bandas más interesantes de la escena inglesa y al otro eres un pobre don nadie. Y Di’Anno nunca pudo lanzar una carrera como solista, sacó discos muy raros y gran parte de su repertorio, consiste en cantar las viejas canciones de Iron Maiden. Nadie puede negar, que Phantom of The Opera y Remember Tomorrow, son clásicos, y están asociados a Di’Anno, es parte del mito, y siempre regresamos a esta etapa con cierta nostalgia. Antes que se convierta en un fenómeno de masas, en un espectáculo colosal y altisonante, los Maiden, eran este grupo, con un montón de problemas internos porque Harris no lograba expresar lo que tenía en mente. Ni heavy ni punk, Iron Maiden siempre tuvo un estilo propio. Con este disco, yo me tragué mis palabras, y me volví fan de la banda, hurté todos los discos hasta el Dance of Death, y desde entonces la sigo.
Es mi historia de redención, yo que siempre desprecié el heavy; soy un hijo del death, vengo de ese universo musical, y luego me enganché con el thrash. Son mis primeros pasos en el mundo del metal, pero también me gusta el rock inglés clásico, Transylvania, Strange World y Running Free encajan muy bien en ello. Me gusta ese estilo, ese sonido, pero cuando comenzaron a incorporar teclados, mi lado conservador salió a flote, y por eso tomé distancia. La primera etapa de Maiden, es la que más me gusta, del primer disco hasta el Powerslave. Y desde que volvieron Dickinson y Smith, han sacado muy buenos discos, el Book of Souls es fenomenal y ni qué decir del A Matter of Life and Death. Somos una comunidad y nuestra pasión es la música, de cuando en cuando, hay que volver a los orígenes.