Lo mencioné de pasada, pero esto realmente sobresale, entre la enorme cantidad de música. 19 minutos puede parecer un tiempo muy largo, pero cuando lo disfrutas, pasa volando. Siempre me gustaron las canciones largas; las mejores sensaciones se expresan por medio de una obra de arte y uno de los pequeños placeres que tengo en vida, es poder leer una obra de ficción, desenmarañando sus secretos. Con la música, sucede de la misma manera, quiero percibir cada detalle y escucho el disco a saciedad, con la misma efusión que leo, una y otra vez, un párrafo para asimilar todo su significado; pequeños deleites mundanos.
Infinite Stars Thereof
Pocas personas entienden, el ritual de sentarse y escuchar un disco, sin distracciones, eres tú, la música, las letras y aquí rodeado de mis parlantes me siento muy feliz, es mi lugar preferido, mi estación de trabajo, y el lugar donde cierro los ojos y me dejo llevar por este flujo sensorial. Y esto comienza, como las mejores canciones que he escuchando en mi vida, con una nota que va creciendo, como el nacimiento del universo, se expande, crece; imagino que así debe sentirse, flotar en la inmensidad. Y en el fondo, quizás, la voz de la divinidad, aquella que desata el caos, por simple placer, por curiosidad; el universo es un lugar violento y aquí en América Latina somos muy creyentes, me parece algo muy absurdo, pero es una forma de simular orden en medio del caos. Cuando la furia arremete, solo te dejas cautivar por su fuerza. Definitivamente, es lo mejor que he escuchando en mucho tiempo, te deja quieto y bien colocado.
Un último grito, la voz de la deidad, sobre las cenizas de su creación; no puedo distinguir los instrumentos clásicos, y lo que se escucha de fondo, es tal vez una viola o un violonchelo, la verdad no lo sé, y ahí la composición vira hacia lo grandioso. No es solo una canción, es una obra de arte en sí; es la magnificencia del caos, te envuelve, es la chispa de vida y por ello, en nuestra naturaleza, está impresa, nuestra creciente afición por la destrucción. La muerte nos seduce, es nuestro único propósito, morir o infligir la muerte. El mundo sigue siendo un lugar violento, lo vivimos todos los días, pero desde mi cómoda y placentera vida, es fácil olvidarse de ello. Hasta los malandrines tienen su santo patrón; van a misa, pagan su diezmo y comenten atrocidades. Ya en la última parte, los solos que se intercalan son geniales, cuesta creer, que es solo un tipito, grabando todo esto, con su computadora. Es un viaje, tómate un ácido y luego me cuentas.
The Crossing of the Great White Bear
Con un piano que augura cierta melancolía, se abre la segunda canción. Conozco esa sensación, estar atrapado en el pasado, consumido por el recuerdo, pensando en lo que pudo ser, pero nunca será. Cuán inútil es. La depresión se instala sigilosamente, y te carcome lentamente; rebasar el dolor, es tal vez el mayor desafío que tendrás que afrontar. La cadencia es muy similar a la canción anterior, pero aquí se siente la presencia del bajo. Todos llevamos un carga, el peso del remordimiento y pensamos en las cosas que hicimos; tenemos esa necesidad de mirar al pasado, te enredas en la oscuridad que alberga tu ser; a qué le temes, cuál es ese recuerdo que te atormenta, qué te reprochas, de qué eres capaz; en todo caso, sabes que no tendrás perdón. Con el tiempo, aprendes a vivir con el remordimiento y me llevaré a la tumba mis secretos más oscuros, mi desdicha es el motor de mi vida. Y esta canción, es un atisbo a la oscuridad. 17 minutos, el tiempo es solo una eternidad.
De los mejores discos del año, claro está, pese a ser un EP, con aires de Long Play.