Este disco tiene uno de los comienzos más turbios que he escuchado en mi vida, pensé que mis audífonos iban a explotar. Esto es metal extremo, lo demás son babosadas; esto es el infierno vuelto música, caótico y disonante. Scalded, la segunda canción muestra todo lo que es el death metal hoy en día, un género que ha dado un giro hacia lo experimental, sin perder su brutalidad habitual. Por estas cosas es que me gusta el death, es fuerza bruta.
Impermanence tiene un sonido un poco más clásico, más familiar para los seguidores del género, aunque con su dosis de locura, esa distorsión casi inhumana, esa sensación de agobio y tortura. El metal se parece mucho a las películas de terror, y la referencia no es casual, en eso ocupo mis ratos libres; si a uno le gusta las sensaciones fuertes, quedar francamente perturbado después de ver una película, pues este tipo de metal es el lugar ideal. Uno nunca vuelve a ver el mundo de la misma manera.
Horse of Turin, comienza con un ritmo marcial, y se va convirtiendo en un ejercicio técnico, que me hace un poco recuerdo a Rotting Christ, solo para ponerlo en perspectiva. Aquí también reluce el lado progresivo, con esos cambios de ritmo y esas atmósferas de angustia, sin perder la brutalidad de fondo. La portada ilustra muy bien el contenido del disco, que definitivamente se posiciona entre los mejores discos de death y del año.
Chrism, la destreza técnica y el caos, son lugares comunes dentro del género; a nivel lírico, también retoma muchos ejes comunes en el death, el envoltorio de carne que nos cohíbe, nuestra prisión y nuestra morada. Nuestra existencia fatua, al final nos terminaremos pudriendo en la soledad; en la muerte todos somos iguales y por ello ansiamos trascendencia, desligarnos de estas necesidades corporales y ser algo más, dioses, conocimiento, eternidad.
Spite/Sermon, esta es una de las canciones que define muy bien el giro progre en el death, muy diferente a lo que Opeth hacía en su momento; aquí las partes suaves son hipnóticas. Es un momento glorioso con esos giros inesperados, y ese solo discordante, tan atípico; me tomó por sorpresa. El segundo solo, es otra bestialidad, tiene una estructura más armónica y le da paso a una segunda sección instrumental suave, una cadencia. Yo me imagino a Sísifo empujando su roca, el tormento eterno, el castigo más apropiado a tus pecados; de qué manera retorcida te castigarán los dioses. El tercer solo, igual me tomó por sorpresa, es mucho más melódico que los anteriores; del lado primitivo del primer solo, pasamos a algo más sofisticado, y eso le da una cohesión a la canción y al disco.
Un interludio tétrico, y nuevamente las notas melódicas y roncas que dan paso a Blood into Oil; tiene mucho de ese sonido post que a mi me gusta tanto, etéreo, aunque la batería va rompiendo la armonías, antes de estallar, con una fuerza contenida. Tal vez es la canción más melódica del disco; y retoma un tópico común en el metal, la degradación. El petroleo mueve los engranajes del mundo, a un costo muy elevado, muy tarde nos daremos cuenta que el daño es irreversible y que estamos condenados a la extinción. Es el ciclo de la vida, muerte y renacimiento; en este caso es más un suicido colectivo premeditado. Y cuando uno pensaba que la canción ha terminado, resurge el caos indiscernible, la furia primigenia que nos define como especie, transformándose en la melodía de un piano ronco, Sysyphus (¿un eco distante de esa canción de Pink Floyd?).
Value in Degradation, tiene algo de animal y de máquina, como un gruñido binario, cada vez más bestial y artificial. La vida es mutación, adaptación; el renacer, somos los artífices de nuestra propia destrucción y de la decadencia humana, puede surgir una nueva forma de vida, algo que pueda adaptarse al mundo yermo que dejamos tras de nosotros.
Behemoth’s Dance, por la forma como está construido el disco, y la narrativa que plantea, muy abstracta y muy enfocada en la desolación, la muerte y dolor, podría decir que todo se resuelve aquí. Es la lucha por la supervivencia, la confrontación final entre la humanidad y sus descendientes, la máquina consciente que reclama para sí la dominación del planeta, al ser una forma de vida superior, a la carne putrefacta del ser humano. Behemoth es un tópico tan usual en el metal, ya nadie le presta mucha atención al simbolismo, pero es esa amenaza que yace en lo profundo, y también sobre su lomo recae el equilibrio del mundo. Es la monstruosidad que invocamos insolentes y la que terminará consumiéndonos.
El disco termina con algo similar, a las trompetas del apocalipsis, antes de darle paso una melodía que tiene algo de tribal, simbolizando el renacimiento, cumpliendo nuevamente el ciclo, de esa guerra perpetua que el disco sugiere… piezas sueltas en la eternidad. Es un gran disco.