La penumbra del Hombre Umbral
La música es una catarsis, es lo que me repito constantemente, para poder describir lo que ella provoca. Sería vano, sin embargo, encofrarla en solo eso, la música también es estética, es moral, es un revoltijo de emociones y sensaciones, es tan necesaria que es, más en estos tiempos, vital.
Penumbra es el primer EP de HombreUmbral un proyecto de la ciudad de La Paz, encabezado por Alvaro Barrón (Vicho), que destila elementos de stoner, rock progresivo, rock psicodélico y grunge, entre otros, para convertirlo en algo propio y sincero, un complejo trabajo que se asemeja a la experiencia de un viaje.
El viaje comienza como una brumosa vista hacia el panorama de una dimensión ralentizada y sepia, provocando la sensación de una brisa pastosa que devela poco a poco el inicio del trayecto. Casi como al subir, en ese mundo, a una libélula mecánica, alzamos vuelo avanzando entre los vientos espesos.
La mordida dejó sabor a sueños
suena a lo lejos, como un eco que llega desde unas montañas grises que se desdibujan con el horizonte. Es, en ese momento, que la bruma comienza a disiparse y podemos trazar con mayor claridad la ruta que sobrevolamos. Una sensación onírica, el abrir de un sueño, en el que olvidamos el inicio, y no sabemos que habrá un final, simplemente levitamos en nuestra libélula con un nuevo eco, una guitarra que avanza a lúdicos brincos entre piedras verdosas y arroyos, por encima del hipnótico riff que se va disipando lentamente, para mostrarnos el siguiente escenario.
Como saliendo de una lluvia suave y refrescante, nos adentramos más profundo en el sueño, junto con los arpegios que cuentan una historia secreta, inicia Sueño Ámbar.
Esta vez, mucho más consiente, la voz que nos habla de la soledad y la incertidumbre se posa encima de los instrumentos, y se dividen como un ser bicéfalo (el juego de voces entre Vicho y la invitada Isadorian) nos van dando interrogantes hasta desaparecer y mimetizarse para dar paso al abrupto quiebre de la hipnosis, la llegada de una erupción en las montañas lejanas que parecían tan pacíficas, ahora se alzan imponentes y amenazantes y su gorgoteo de humo inicia la turbulencia en nuestro vuelo, entrando de golpe a una tormenta oscura por un breve instante que parece un viaje perpetuo, en el que sentimos el hollín en el vidrio y el ronroneo agitado de los órganos mecánicos de nuestro aparato, y finalmente, de golpe, atravesamos el espeso humo y entramos en una atmósfera de tonos violetas y amarillentos, el violento espasmo nos desvía hacia La tundra de los Espíritus.
El vuelo es ahora más bajo, más cerca de un terreno boscoso y gris. Esta vez no escuchamos voces, no hay palabras que nos guían, sino un canto eléctrico, un theremín que oscila abriéndose camino delicadamente entre los címbalos, y poco a poco, conforme la música y el ambiente van tomando cuerpo, reaparece y se transforma en un soplido tenebroso y anciano. Casi como una advertencia, la guitarra se fusiona con el theremín del invitado Isak Abisal, para mostrarnos el desolado campo al cual poco a poco vamos dejando atrás para entrar en un vórtice entre los árboles, que nos transporta al último sendero, como el despertar de un letargo, vamos reconociendo siluetas y formas, luces y sombras, Escaleras y Serpientes.
Es el final del viaje, la vorágine en la que somos presentes tanto como espectadores, así como participantes en el barajeo de fichas de seres-divinidades que determinan el arriba y el abajo, el perdón y la condena, el destino fatalista y la existencia volátil. Un reflejo que se quiebra con el feedback de las guitarras para dar paso al aterrizaje, llegamos al destino, la libélula mecánica posa sus consumidas y brillantes patas en las piedras. Junto con el sintetizador, la hipnosis de las baterías y el bajo, y el melancólico y ronco riff de la guitarra, pisamos tierra con una sensación de mareo, y al disiparse la náusea, nos damos cuenta que el final es el principio, un bucle entre vientos y susurros, en medio de la penumbra, suena una vez más la mordida dejo sabor a sueños
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La música, letras, arreglos y dirección musical estuvieron a cargo de Vicho, quien se encargó a la vez de, grabar la voz, guitarra y bajo. Alejandro Lobatón en la batería y percusiones, Freddy Mendizabal en teclado y synths y como invitado en el bajo Salustiano Castañeda. Este trabajo fue grabado y producido en Pro udio entre marzo y junio de 2022. La producción musical y arreglos adicionales estuvieron a cargo de Oscar García, la grabación y edición por parte de Joselyn Barrios, mientras que la mezcla y masterización fue realizada por Bernarda Villagomez. Fotografías de Nicol Vargas, arte, concepto y diseño a cargo de El Gato Fantasma.